Chicago es una ciudad que vibra, una ciudad que deja huella. Ubicada a orillas del lago Míchigan, en el corazón del Medio Oeste estadounidense, combina el alma industrial de la América profunda con la audacia artística de las grandes metrópolis. Es una ciudad de historia, de contrastes, de carácter.

Devastada en gran parte por un incendio en 1871, resurgió de sus cenizas convirtiéndose en la cuna de los primeros rascacielos. Más tarde, fue escenario de la Prohibición, de los gánsteres y de la mafia, encarnada por el célebre Al Capone. Pero más allá de esa imagen mítica, Chicago se impone como un crisol cultural. El blues y el jazz encontraron aquí un nuevo impulso, y sus calles aún hoy resuenan con esa energía creativa.

Lo que hace única a Chicago es la riqueza de sus barrios. En The Loop, el centro de la ciudad, los edificios vertiginosos conviven con obras de arte al aire libre y con las tranquilas orillas del río Chicago. En Pilsen, los murales cuentan la historia de la comunidad latina, mientras que Wicker Park y Logan Square rebosan de cafés alternativos, galerías de arte y librerías independientes. Bronzeville evoca las grandes épocas de la cultura afroamericana, entre jazz, literatura y memoria.

Pero Chicago también es una ciudad de apasionados. Aquí, el deporte es casi una religión. Los aficionados de los Chicago Bulls aún viven con el recuerdo de las hazañas de Michael Jordan. En el Wrigley Field, los Chicago Cubs reúnen a familias y nostálgicos en torno al béisbol. Y cuando llega el invierno, el fervor se enciende en el Soldier Field o en la pista de los Blackhawks, en plena fiebre del hockey sobre hielo.

A esto se suma una gastronomía muy local –la famosa deep-dish pizza, los hot dogs al estilo de Chicago, la cultura del brunch– y se obtiene una ciudad entera para explorar, saborear y sentir.

Chicago no intenta seducir como Nueva York o Los Ángeles. Te sorprende, con su sinceridad, su historia, su energía. Y una vez que la conoces, quieres volver.